El timbre marcaba el final del recreo; el grupo de amigos dejábamos el patio para entrar nuevamente en clase mientras seguíamos conversando, una vez dentro del aula continuábamos hablando hasta el momento en el que entraba por la puerta con paso enérgico, Don Inocencio o como lo solíamos llamar, “Donino”. (Sé lo que piensas, pero el «Danonino» no se inventó hasta una década después).
En ese preciso instante en el que este profesor irrumpía en clase, se hacía el más absoluto silencio.
Había un enorme respeto hacia aquel maestro que tenía la voz grave y áspera.
̶ A ver, ¿quién se ha pelado esta semana? ̶ Preguntaba en voz alta mientras buscaba al recién trasquilado.
Si algún alumno había visitado recientemente la peluquería, éste bajaba la mirada, se encogía e intentaba pasar desapercibido, pero a Donino no se le escapaba una.
̶ ¡Quién se pela, se estrena! ̶ Decía Donino atizando un capón al recién pelado.
Toda la clase reía, incluso el ajusticiado, pues Donino no era de pegar a mala leche, sino más bien era una pequeña gracia, con la única finalidad de amenizar la clase.
Y, vaya si lo conseguía, era sin duda un profesor carismático y respetado, pero con mucha gracia.
Las materias que impartía eran: ciencias naturales, laboratorio, química y física.
Y que voy a decir yo, que soy un entusiasta de la ciencia, teniendo por favorito como regalo de Reyes un Quimicefa… (aquel famoso juego de química y experimentos de los años 80, algo impensable hoy en día como juego para niños).
Siempre estaba deseando ir al laboratorio del colegio con ese olor característico; ver a Manolo (el esqueleto que custodiaba el laboratorio), provocar alguna reacción química, sacar hidrógeno o hacer aquel volcán pirotécnico que tanto me impresionaba.
Pero, sobre todo, lo que más me gustaba era escuchar historias relacionadas con la ciencia, anécdotas de los logros de Thomas Edison, Marie Curie, Einstein y tantos otros. Los relatos acerca de la obtención de un producto o sobre las antiguas industrias situadas en el pasado histórico de Alicante.
La forma de narrar de aquel profesor era auténtica, todos los alumnos permanecían embobados mientras Donino daba detalles con sus cambios de tono y su forma dinámica de expresarse. Contando todo aquello con la pasión del que lo ha vivido y sin sentarse un segundo en su butaca de maestro.
Desde luego, estábamos ansiosos por oír siempre más historias. Y su forma de impartir los diferentes temas no distaba mucho de lo que he contado. Así que era imposible no aprender y no apreciar al grandísimo Donino.
*** Gracias Don Inocencio Ayala por hacer que a muchos de nosotros nos entusiasme la ciencia.
Cuando ingresé en la Academia de Policía de Ávila, volví a dar con otro crack. Quizá uno de los más carismáticos: El gran Chicharro.
Gonzalo Chicharro, Inspector Jefe que se encargaba de dar la asignatura de Policía Científica (cómo no).
Era en sí un entretenimiento, aprendíamos en muchas ocasiones de la forma más divertida, un profesor único en su especie con tintes de monologuista del club de la comedia. Desde luego y sin duda, la mejor manera de aprender.
Primera hora de la mañana; asignatura: Policía Científica. Entra en el aula el gran Chicharro.
̶ ¡¡En pie!!! ̶ Grita el delegado de la clase (como manda el protocolo).
Se oye al unísono el ruido de 46 sillas que se pliegan automáticamente con un resorte cuando los alumnos se levantan. El profesor saluda con un “buenos días” general y manda que volvamos a sentarnos.
Hace un barrido visual de derecha a izquierda. Algo le pasaba por la mente, (debíamos tener cara de sueño todavía).
Se dirige a la pizarra y empieza a poner un texto en inglés que ocupa la pizarra entera. Cuando termina de escribir, coge una regla larga, la extiende apuntando el inicio del texto y empieza a cantar siguiendo la letra.
Aquello suscitó un murmullo y unas discretísimas risas.
A continuación, vuelve al inicio de la letra y dice: ̶ ¡ahora cantáis vosotros también! ̶ .
Poco a poco, de forma tímida, todos los alumnos empezamos a cantar. Cada estrofa con más y más seguridad, cada vez con un tono de voz más elevado.
No recuerdo la letra, pero jamás olvidaré esa inmensa subida en el estado de ánimo que nos dio a todos en un momento, pasando de estar medio despiertos a totalmente expectantes y concentrados en la clase que iba a impartir. El ambiente alegre se apreciaba a simple vista.
La clase de después era defensa personal en las instalaciones deportivas, y fuimos allí con más energía que nunca.
En una ocasión el gran Chicharro hizo un planteamiento que debería pasar a formar parte del decálogo sagrado de los buenos maestros si lo hubiese, o al menos, su trasfondo.
̶ ¡Mirad, escuchad una cosa!: si yo tuviese que hacer el pino para que comprendáis una cosa, sin duda lo haría ̶ . Dicho por D. Gonzalo Chicharro después de quemar un pequeño papel en clase y apagarlo (bien apagado) en la papelera, para explicar las características de un reactivo que evidencia huellas lofoscópicas…
En fin, un crack que obtiene toda la atención de sus alumnos, (virtud que deberían tener todos los maestros).
Después de mi corta vida académica, cuando aprobé la oposición, mi motivación para estudiar era alta, y me vine arriba, (por fin empezaba a quitarme el complejo de zoquete). Así que decidí ampliar conocimientos y hacer las pruebas de acceso a la universidad. Para este fin me preparé en la escuela pública para adultos Alberto Barrios de Alicante.
Y no puedo hacer este post sin mencionar a Manolo (siento no saber apellidos), él preparaba la parte de geografía e historia de la prueba de acceso a la universidad, en mi caso, historia.
Yo le decía que no me veía capaz de memorizar tantos datos sobre todos los temas que dábamos en historia; tantas fechas, lugares, nombres, cronología, etc.
Él decía que no era para tanto, que hiciese primero un resumen, después otro más sintetizado y por último un pequeño esquema cronológico sobre lo que pretendía desarrollar. De alguna manera hizo que tuviese más confianza en mí mismo.
Aunque una de las cosas que recuerdo de este profesor y sobre la que he reflexionado bastante, poco tiene que ver con el temario que dábamos (pero pensándolo bien, está relacionado con la historia y con la geografía, y… con todo de alguna forma).
En el contexto de una conversación durante una clase, no recuerdo cuál, le dije que no me interesaba la política y que pasaba olímpicamente de ella, pues no me aportaba nada.
Manolo, con una pequeña mueca de sonrisa me dijo: ̶ Magín: con eso que acabas de decir creo que estás muy equivocado. Si te paras a pensar, la política nos influye en nuestro día a día, en nuestra salud y seguridad, en la economía, en la vida laboral, e incluso en la educación que tú ahora mismo estás recibiendo. En definitiva, la política influye en todo.
Claro que me paré a pensar. Y, por supuesto ese maestro tenía muchísima razón, y hoy en día me acuerdo de este comentario y de la enorme sensatez de aquel ilustre profesor.
**(Por cierto, el examen de historia fue un éxito, obtuve un diez ?)
Hay más profesores que creo que merecen ser reconocidos por su devoción a la docencia, por su paciencia y por su afán de inducir interés sobre el conocimiento. Muchos de ellos, además, desde la infancia, también nos han formado como personas. Todas estas características que he resaltado son las que más admiro de los maestros.
No quisiera extenderme demasiado poniendo nombres y elogios, aunque más de un profesor, y más de una profesora, los merezca.
Otros grandes maestros que bien quisiera haber tenido yo de profesores, podrían ser: Carl Sagan y Eduardo Punset. Para mí los mejores divulgadores científicos, Sagan a nivel mundial y Punset a quizá sea el mejor ejemplo nacional que tenemos.
En definitiva, a este colectivo que forma un pilar básico en la sociedad va dedicado este pequeño post a modo de homenaje. A todos ellos. A mis dioses.