CALABAZAS MÁGICAS

Estoy convencido de que aquella profesora del curso de escritura creativa tenía razón. Era realmente buena en su trabajo, aunque en estos momentos no me apetece hacerle ni puñetero caso.

Eso es justo lo que me ha venido a la mente para lo que voy a contar.

Sus palabras fueron: —Dejémonos de moralinas en los textos, hay que contar las cosas sin esa visión ética que solemos plasmar.

Sus conocimientos resultaban muy útiles, pero de su carácter no hablaré sin la presencia de mi abogado. Aprovecho para desearle felicidad y muchos gatos.

Todos los días, por más tediosos que parezcan, pueden suceder cosas extraordinarias, y de corazón os deseo lo mismo a vosotros que estáis leyendo esta parrafada.

Ya hace un tiempo de esto, pero lo voy a contar.

La tarde se desarrollaba con tranquilidad, estábamos de servicio de paisano y faltaban unas tres horas para finalizar la jornada de trabajo, hasta ahí todo iba rodado. Genial, hasta recibir una llamada de la superioridad encargándonos a mi compañero Argan y a mí otra “misión”. Esta vez no tenía ninguna dificultad: se trataba de hacer el traslado de una persona protegida, pero terminaríamos muy tarde después de conducir muchos kilómetros. Creo que en esos momentos hice mención a los progenitores del subinspector aunque ninguna culpa tuviesen, pues sólo se transmitía una orden de más arriba. 

Aunque, claro, yendo con el carismático Argan, tan conocido en otras batallas, algo tenía que pasar.

Entre recoger a la persona en un centro de Alicante, trasladarla a bastantes kilómetros y dejarla en otro punto seguro en Castellón, se nos hizo tarde. Así que decidimos parar, cenar primero y hacer camino después.

Era verano y después del golazo que nos encasquetó el subinspector nos apetecía ir a la zona de costa que estaba a pocos kilómetros. Nos lo habíamos ganado. Es más, después de contactar por teléfono con el gran jefe, éste nos autorizaba a quedarnos incluso a dormir en algún hotel, aunque no quisimos abusar. Este jefe hay que reconocer que nos trataba bastante bien. De esta forma, acabamos en una terraza céntrica del puerto de Castellón. Estacionamos la furgoneta no muy lejos y fuimos a cenar.

Me parecía un puerto al uso, como cualquier otro del litoral Mediterráneo español. Lo poco que recuerdo son las baldosas rojas; lo mucho que recuerdo, viene a continuación:

Sentados en la mesa (en las sillas de la mesa, para los más tiquismiquis), se nos acercó una chica a traernos la carta. En un primer momento pasó casi inadvertida para nosotros. De hecho, yo no la vi llegar porque el establecimiento y su cocina estaban a mis espaldas. Además, estaríamos enzarzados discutiendo sobre la paz mundial o alguna gilipollez similar.

—Hola, buenas noches. ¿Qué tal? Aquí tenéis la carta. ¿Os pongo algo para beber mientras?

Nada especial en el fondo, o más bien, muy especial en las formas. Aquella chica tenía un encanto particular: su tono de voz era agradable, dulce, con la formalidad correcta. En esa breve interacción social se podía deducir que tenía una buena educación. Además, su acento tenía un matiz sutil que no podía reconocer, tanto así que apostar sobre su origen hubiese resultado arriesgado.

Llamó mi atención. Llevaba gafas con una fina montura dorada, a través de las cuales se veían unos ojos claros tirando a verdes. Su tono de piel armonizaba con la dulzura de su voz y su pelo liso era de un castaño muy claro.

Cuchicheamos como dos marujas con adicción a Telecinco en cuanto se fue a por los refrescos. Tenía una constitución delgada, pero sus formas estaban en equilibrio. No tenía un busto prominente, y eso, al contrario del mundo, me gustaba.

Por supuesto, hubo consenso unánime entre Argan y yo: ella debía ser encantadora.

̶̶̶ Tu acento no es de Castellón desde luego. Quizá de algún país del este de Europa, pero no adivino de dónde. Le pregunté mientras dejaba las bebidas sobre la mesa.

̶ Soy de Rumanía. Respondió con una sonrisa.

Aquel inciso derivó en una grata conversación con el apoyo de Argan. Ella vino de su país natal siendo muy niña, y del mismo hilo salió a contexto lo mucho que quería a sus padres, que también vivían en Castellón. Inevitablemente quería saber su nombre. Mónica.

A lo largo de la cena pasó varias veces por nuestra mesa, siempre atenta. No íbamos a pedir nada, pero ella se quedó un segundo retomando la conversación en algún punto que ya ni recuerdo. Sus gestos comedidos, su educación y sobre todo su particular lenguaje no verbal con el que se expresaba la situaban en un perfil de chica que no se encuentra fácilmente. No caía en el compadreo fácil, pero se interesaba en la conversación, dando ese feedback con una sonrisa que la hacía irresistible.

En un momento, mi atención se perdió en su colgante redondo, ceñido a su cuello por una fina cadena. Ahí, durante un instante, el mundo entero desapareció.

  ̶ Es como si irradiara alegría y honestidad. Es realmente encantadora  ̶  comentó Argan al terminar la cena.

Cierto. Su rostro no conocía la maldad. Mónica tenía una mirada noble.

Llegó la hora de pagar la cuenta y poner rumbo a base que según los cálculos de Argan estaríamos dejando la furgoneta a eso de las tres de la mañana.

De camino al vehículo algún cuchicheo más. Una vez subidos a él y dado el ultimo portazo de ya estamos todos, se hace el silencio.

Con un estado de ánimo increíblemente alegre y después de unos segundos sin pronunciar palabra, reviento a decir:

—Yo a esta chica le tengo que decir algo.

—Maaadre mía, Magín. ¿Y qué le vas a decir? ¡Castellón está en el quinto coño!

̶ Estás muy zumbado, pero venga, tira!  ̶ dijo Argan mientras se frotaba la cara con una mano y con la otra hacía un gesto enérgico de “ve cuanto antes”

Cuando me giré al ver su gesto imperativo, mi cómplice tenía puesta esa sonrisa de medio lado que tanto conozco, ya no me hacía falta nada más para ir con la energía por las nubes. 

Tenía apuntado en un papel mi nombre y mi número de teléfono pero aún con la energía alta los nervios también estaban muy presentes.

Cruzo la calle me dirijo al lateral del restaurante flanqueado por una hilera de palmeras donde se encontraba la entrada de la cocina, era un lugar poco transitado, en el exterior y al fondo se encontraban las mesas de la terraza y la silueta de ella que se podía ver desde aquella penumbra. Venía de camino con algunos botellines vacíos en las manos. Mis pulsaciones empezaban a aumentar de forma directamente proporcional al cuadrado de la distancia que acortaba.

Al notar mi presencia, sonrió con su expresión serena de siempre.

—Perdona, Mónica, ¿puedo hablar contigo un momento?

—Por supuesto   ̶ me responde dejando los botellines en una mesa cercana.

El que afirme que no se pone nervioso cuando alguna chica le resulta interesante y atractiva, o miente como un bellaco, o bien está muy acostumbrado a hacer esto.

 ̶̶ Pues verás…, he estado pensando que tenía que decirte algo porque me has resultado increíble, aunque prácticamente no te conozca, así que te he apuntado…, en un papel por si…

 Negar el corte que me daba la situación era absurdo, pero mientras ella extendía la mano de forma instintiva para coger el papel que le estaba cediendo, paré la conversación.

—Un momento… Perdona, perdona que sea tan directo, pero ¿Tienes pareja?

Su rostro reflejó una honestidad incuestionable.

—Sí, sí tengo pareja — afirmó mientras deshinchaba el pecho dejando caer los hombros ligeramente con un sutil gesto de resignación.

Respiré hondo y asentí.

—Lo entiendo, era de esperar  ̶ dije con mayor resignación.

Y entonces sucedió algo inesperado: dobló con cuidado el papel, lo guardó en el bolsillo, me miró de nuevo con esa sonrisa sincera que no ocultaba cierta timidez y dijo:

—Oye…, muchas gracias.

—¡¿Cómo?!

—De verdad, muchas gracias. Me siento muy halagada.

Me dejó sin palabras. No me lo podía creer, no podía haber nada con ella y aun así me hizo sentir genial. Como si aquella pequeña acción hubiese valido la pena.

Me la hubiese comido a besos en ese momento por su valía.

Sentí una profunda admiración por esa chica, por su forma de hacer las cosas.

De camino a Alicante el entusiasmo no decayó, bien lo sabe Argan, iba contento de haber vivido aquella experiencia que nadie hubiese sido capaz de pronosticar.  

Y ahora ya sabéis el motivo del título

De ella no volví a saber nada, pero si alguna vez llegara a leer esto, solo quiero decirle:

Mónica: si alguna vez te has sentido atraída, aunque sea lo más mínimo, por una canción de reggaetón, por favor, no me lo hagas saber.

Dedicado a Antonio Polo Torregrosa por animarme tanto a que siga escribiendo.

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