Hoy pongo esta narración relacionada con el arte, obras maestras a pie de calle y accesibles para todo el mundo. Hoy quiero ensalzar el valor de las cosas bien hechas, de la dedicación y el esmero en la realización de objetos quizá más cotidianos, que desde luego son arte.
Mi amigo y compañero de trabajo Fernando y yo, solíamos ir algún que otro fin de semana a los mercadillos y rastros de objetos usados, a la caza de alguna reliquia, antigüedad interesante, o simplemente algún cacharro inusual.
Me costó adaptarme a ese mundillo, lo reconozco; los madrugones son para pensárselo dos y cuatro veces. A esas horas, cuando el despertador es perseverante, uno piensa: -¡Pero qué se me habrá perdido a mí en un mercadillo?!
De hecho, justo el día que estoy contando estuve a punto de mandar un mensaje a Fernando y decirle que por mi parte lo dejaba para otro domingo y que seguiría durmiendo.
Alguien podría pensar en ese ideal de mercadillo que tiene objetos interesantísimos, puestos ordenados con género de lo más atractivo, en un casco urbano histórico de una importante ciudad, en los que se comparte espacio con comercios de delicatesen y con el olor a café de las cafeterías bohemias inundándolo todo. Pero, nada más alejado de la realidad; se trataría más bien de pequeños espacios de venta, medio asignados a partir de pintadas en el suelo, en los aledaños de un polígono industrial alejado de la mano de Dios, en los que se exhiben objetos como: platos viejos, zapatos usados, herramientas oxidadas y electrodomésticos de los que te dicen que “medio-funcionan”, sacados en ocasiones de contenedores de basura y expuestos sobre una sábana, que en el mejor de los casos, se encuentra en un suelo asfaltado.
No me resultaba agradable andar entre todos estos puestos abrigado hasta los ojos, merodeando con ayuda de una linterna entre las cajas que contenían los enseres todavía no expuestos encima de la tela. Pero claro, la gracia está en que de vez en cuando, se rescataban del montón cosas muy interesantes: antiguas lamparitas de diseño, alguna herramienta que mi generación ni ha conocido (y ya tengo trienios), viejo material de laboratorio de algún colegio, mapas de tonos apagados, relojes hartos de dar las horas… En definitiva, objetos que tienen una historia de la que se puede aprender, una vida propia y un valor que puede ir más allá de lo económico. Ese es el premio.
De Fernando hay que decir que está muy bien datado en cuanto a antigüedades, objetos de coleccionismo y vintage, que resultan muy valorados.
Yo tenía en mente encontrar una elegante cafetera de diseño italiano, de la cual en alguna ocasión me habló mi compañero, aunque según él, este electrodoméstico ya era muy difícil de ver en un rastro.
Se me metió en la cabeza, y desde que conocí las referencias de esta cafetera quise a toda costa encontrar una, puesto que está catalogada por los sibaritas del café, como una de las mejores en todo el mundo. Además, fue ganadora de un premio al diseño y es un modelo clásico precioso. Me resultaba ideal para la casa que tengo en Alcoy, mi lugar de retiro espiritual. Pero tiene un valor demasiado elevado, incluso en el mercado de segunda mano. Por lo que tenía la esperanza de encontrarla en algún mercadillo.
De esta forma estuve buscando muchos fines de semana; para mí el objetivo principal era este, aunque también encontrábamos otras cosas interesantes. En ocasiones no merecía la pena los madrugones, el frio y trayectos hasta estos mercadillos, pero este día sí, y con creces.
No había salido el sol y ya teníamos alguna cosa comprada, no muy valiosa, todo hay que decirlo, pero a esa hora el frío húmedo se notaba hasta en los huesos, y apetecía tomar un café caliente para hacer un paréntesis.
Así que nos reunimos en una cafetería con Eloy, un “chaval” de nuestra quinta con amplios conocimientos de arte, especialmente en cuadros.
Hablamos acerca de los cacharros que cada uno habíamos comprado, sobre si se podría hacer funcionar aquel reloj de cuco tan envejecido por su propio marcar del tiempo, sobre si aquella muñeca de porcelana que aparentaba tener más de cien años sería original o no, etc.
Cuando salimos de aquella cafetería con olor a leña y sabor a café en vaso de plástico, los tres manteníamos una buena conversación (aunque no recuerdo sobre qué), caminábamos frente a los puestos a pocos pasos de la entrada cuando Fernando se lanzó en picado hacia un artículo allí expuesto, que yo a priori, confundí con un exprimidor de naranjas, pues desde mi perspectiva sólo podía divisar la mitad superior de aquel objeto metálico.
Con aquel “exprimidor” sin lustre en las manos le preguntó al vendedor gitano:
̶ ¿qué pides por esto? ̶
(No voy a poner aquí la cantidad irrisoria que pidió el comerciante).
Enseguida me percaté que se trataba de la reliquia que andaba buscando. Tuve que contenerme y callar un: “¡¡hostia, no me lo puedo creer!!”, aunque mi cara de asombro lo manifestaba en un lenguaje no verbal.
Se trataba de la cafetera que tanto deseaba.
Terminada la transacción y a unos pasos del comerciante mi amigo extiende la cafetera hacia mí y me dice riéndose en un tono jocoso:
̶ Toma, tu regalo de navidad. —
Los tres nos reímos a carcajadas, ya daba igual quien nos viese.
Hago aquí un pequeño inciso: en este mundillo hay muchos piratas, muchos listos que están esperando a timar al primer pardillo que pase y que muestre algo de interés. Alguna vez me ha pasado, y como ejemplo claro puedo poner el de aquel “anticuario gitano” que me insinuaba que el cuadro que vendía era muy antiguo y original, y que tenía una firma.
Por el aspecto del cuadro se veía que había pasado por él al menos un centenar de años, y después de pedirme una fortuna por él, me marché del lugar consultando los datos de la firma en internet. Rápidamente apareció en la red una firma idéntica a la del cuadro, de un pintor alemán poco conocido, que vivió hace más de cien años. ¡Qué casualidad!
Pero claro, el estilo del pintor, la temática, la pincelada y hasta los tonos eran totalmente diferentes. Era un claro engaño, el cabroncete añadió la firma de un pintor que, al menos aparecía en internet y era antiguo.
Quería saber hasta dónde podía llegar con la mentira, así que me presenté de nuevo en el mismo puesto unos diez minutos después, preguntando si podía bajar algo el precio.
Éste dijo: –¡no puedo bajarlo rey, es un buen cuadro! Tu míralo, tiene una firma…, igual si buscas en internet o por ahí… ¡Piénsatelo campeón! ¡Es un chollo!
Me fui de allí pensativo, ¿realmente tengo cara de gilipollas o lo haría por sistema?
En fin, sólo quería comentaros el porqué de aquellas risas que teníamos los tres, justo después de adquirir la cafetera. Después de todo, de vez en cuando no viene mal darle la vuelta a la tortilla.
Volviendo al asunto, estábamos sorprendidos porque todos sabíamos lo codiciada que es esta maravilla entre los frikis del café…Y Fernando me volvió a repetir:
̶ Es para ti, esta era la que buscabas todo el tiempo ̶ .
Ni qué decir tiene lo agradecido que estoy con él por este gran detalle (como otros tantos que ha tenido).
Aunque me he desviado un poco del tema principal, he contado esto como una anécdota que me pareció graciosa, así que prosigo:
Después de dejar la cafetera en el maletero del coche, seguí recorriendo las calles agotando el tiempo que habíamos acordado para comprar en el mercadillo. Yo ya estaba completamente satisfecho (vamos, como para no estarlo).
Poco más tarde recibo una llamada de Fernando, (la dinámica que seguíamos en aquel lugar era ir cada uno por su parte y reunirnos luego en un punto). Me dijo: —ven a la calle donde hemos comprado la cafetera, he visto un cuadro del puente de Alcoy pintado a plumilla que te puede interesar y dice Eloy que es auténtico. —
Fui sin distracción, allí los dos amigos me esperaban cuadro en mano:
—¿Qué te parece? ¿Te gusta para la casa de Alcoy? —.
Yo le dije inmediatamente que sí, que por supuesto, el cuadro me gustaba, aunque se hubiera tratado de la fotocopia de un grabado. El vendedor me cobró cuatro euros por él.
Eloy me explicó los detalles en los que se podía apreciar que era original y me hizo hincapié en que tenía una firma en la parte inferior derecha: “SELLES”.
De camino a casa, mientras yo conducía, Fernando hizo indagaciones en internet sugiriendo que se podría tratar de un pintor alcoyano llamado Jordi Sellés.
Una vez en casa seguí con las averiguaciones; desde luego, el artista que más encajaba era Jordi Sellés, pero las firmas no coincidían en absoluto.
Se me ocurrió entonces que el único pintor alcoyano del que tenía alguna referencia, era vecino de mi hermano, el marido de la presidenta de su edificio. Pensé que ellos me podrían dar alguna pista sobre el autor del grabado.
Así que, al teléfono de Ana facilitado por mi hermano, le envié una foto del cuadro solicitando su ayuda.
Me dijo: ̶ Lo consulto con Carlos, mi marido ̶ .
Y momentos después me indica que, en efecto, se trata de una obra de Jordi Sellés.
Yo le respondo que cómo pude estar tan segura de esto si las firmas son totalmente distintas.
̶ Porque el hermano de Carlos firmaba de esa forma, hace muchos años -. Contestó ella.
<<¡Resultaba que Jordi Sellés era el hermano de su marido!>>. (Enrevesado pero sorprendente)
Una de las asombrosas casualidades de la vida de las que uno podría llegar a pensar que se trata de una simple invención literaria. Pero en absoluto, quedé pasmado en aquella coincidencia, y después de terminar la conversación con Ana, reí pensando en esta casualidad y en lo pequeño que podía llegar a ser el mundo…
Se trataría de un cuadro que pintó el artista alcoyano Jordi Sellés en el año 1980. ¡Tenía 17 años cuando realizó aquel grabado!
Contacté con Sellés y tras comentarle toda esta secuencia de casualidades acerca del hallazgo, le pedí el favor de que me firmase un certificado de autenticidad de aquel cuadro, a lo que él me respondió que estaría encantado de firmarlo y de poder ver el grabado que realizó hace unos cuarenta años.
Quedamos en Alcoy, en una cafetería situada en la parte de arriba de la plaza de España frente al Ayuntamiento, allí, en la puerta de aquel establecimiento se encontraba esperando el Sr. Sellés, lo conocía de haberlo visto en las fotos de internet.
Como es habitual en mí, llegaba unos minutos tarde con el cuadro envuelto bajo el brazo y con una carpeta que contenía el certificado que había confeccionado con papel timbrado.
Después de las presentaciones y de pedir un par de cortados, conversamos un rato sobre el cuadro, sobre lo que había cambiado aquella emblemática zona de Alcoy y sobre otras cuantas cosas.
̶ Por favor, no me llames de usted ̶ . Fue la primera aclaración que me hizo Jordi y me resultó gracioso aquel inciso. Por su aspecto tan amable sabía que me lo diría, pero siempre hablo con respeto a la gente, especialmente a los que son merecedores de ese respeto.
En lo que llevo recorrido de vida he topado con innumerables perfiles de individuos, de personalidades muy diversas. Sobre todo, y por desgracia, sinvergüenzas de lo más variopinto. Puedo equivocarme, pero creo conocer el fondo de las personas.
En este caso se deducía fácilmente que aquel hombre era noble.
Por sus gestos y amabilidad se podría decir que era practicante de la mejor religión del mundo: “la religión de ser una buena persona”.
Este artista estaba muy contento de poder ver un cuadro suyo realizado hace cuarenta años y esbozando una gran sonrisa dijo: ̶ ¡vaya!, tienes un “incunable” jejeje, de este cuadro no me acordaba, pero te aseguro que no hay muchos como este ̶ .
Me pareció una persona cercana y humilde, que valora las cosas bien hechas, apasionado de su trabajo.
Sellés me comentó: ̶ Yo veo un papel en blanco y tengo que dibujar, no puedo dejarlo así ̶ .
Eso es vocación. Me dijo que desde joven hacía cuadros por encargo, como por ejemplo éste, que realizó con unos diecisiete años.
Después de tomar el café, me enseñó otras magníficas obras suyas en su estudio situado muy cerca de la cafetería y de la Casa del Pavo (otro icono de la arquitectura modernista alcoyana que fue residencia del pintor F.Cabrera).
En aquel estudio había numerosos vestigios del pasado modernista; como el suelo hidráulico de tono ceniza por el marcado paso del tiempo, unos azulejos únicos por sus motivos estampados como el de la libélula y por su colorido verdoso, así como alguna vidriera también original de la casa.
En conjunto, todo esto te transportaba a una época pasada de esplendor industrial, en la que Alcoy se contagió de ese estilo modernista, heredado de los estrechos lazos comerciales con Barcelona.
Pero lo que más me llamó la atención fue unas “fotografías” de rostros de diversos personajes en blanco y negro que el artista se apresuró en aclarar que en realidad se trataban de dibujos a lápiz realizados por él. Tuve que acercar la vista a menos de un palmo de aquellos dibujos para poder apreciar que se trataba efectivamente de trazos de lápiz, y aun así cualquier persona podría tener dudas acerca de si se trataban de fotografías. Realmente eran unos trabajos espectaculares, aquella precisión era impresionante, dibujos realizados a mano alzada, rostros de personas que hablaban por sí solos con carácter en sus miradas. La expresión y el brillo de los ojos de aquellos retratos debían ser imposibles de replicar, eso sin duda era ARTE.
He querido compartir con vosotros esta pequeña aventura, aunque resulta difícil plasmar vivencias en un texto, porque, por más que uno se esfuerce, no se consigue transmitir al cien por cien ciertas sensaciones: andar entre aquellos puestos y la emoción de encontrar algo que tanto anhelabas, el frío húmedo de la madrugada, el calor que se siente al rodear un café con las manos frías, las risas con los amigos y el inmenso valor que le doy a la amistad, son cosas casi imposibles de describir con palabras.
Pero seguiré esforzándome por conseguirlo.
Agradezco a Fernando el llevarme a este pequeño mundo de aventuras e historias como es el mercadillo, a Eloy por su aportación de conocimientos, a mi amigo de la infancia Raúl Jiménez al que tengo como referencia y con el que tengo la virtud de poder consultar sobre su opinión acerca de este texto y sobre escritura, y por supuesto, a Jordi Sellés por su atención amabilidad y cordialidad.
http://avatarte.es/index.php/artistas/pintores/hiperrealistas/item/53-jordi-selles-pascual