ESTO ES UN BOMBAZO!!

Cuando mi amigo dejo de reír a carcajadas le pregunté:

     ̶¿Crees que podría relatar la hazaña sin que me tomen por loco?  ̶

Al menos en esta ocasión, al recordárselo, ya no se encogía de la risa como la primera vez que se lo conté.  

Sí, corría el riesgo de que la gente me dijese que estaba como una cabra, o al menos que me tachasen de fricazo. Pero mi amigo me contestó con resignación:

    ̶  Bueno, estás como una regadera, pero los que te conocemos ya sabemos cómo eres y lo aceptamos. Además, con esa historia me reí muchísimo y sin duda, deberías escribirla   ̶ dijo manteniendo una gran sonrisa, recordándome los momentos que había amenizado alguna velada entre amigos al estilo de Jaimito.

 Desde muy pequeño quise ser inventor, bien lo sabe la paciencia de mis santos padres. Quizá con unos siete años monté un “laboratorio” en mi habitación. Jugaba a ser científico mezclando líquidos de color azul y amarillo, viendo con el microscopio la piel de una cebolla, o las peludas patas de una mosca. Sobre los diez años nos trasladamos al chalé que estaban construyendo mis padres en San Vicente del Raspeíg, allí tenía una improvisada caseta hecha de bloques sueltos, con techo de palos y una lona, era mi laboratorio, y dentro guardaba mi regalo de Reyes Magos más preciado: el quimicefa, un juego de química que hoy en día un padre no dejaría al alcance de su hijo ni harto de vino.

 El refrán: de tal palo tal astilla a veces cobra un sentido irónico. Mi padre era aficionado hacer pólvora con un componente que antaño era fácil conseguir en las antiguas droguerías y a manipular petardos en las típicas fiestas alicantinas.

 Mi abuela me contó que mi padre también era propenso a los “experimentos” y que, de su última gran gamberrada, todavía tiene que dar las gracias de conservar una mano. De hecho, la comunión la tomó con los dedos de la mano derecha cosidos y envueltos en vendas. Creyó coger un enorme petardo apagado. Y creyó mal.       

    ̶ Era más malo que hecho por encargo, ese fue el último disgusto que me llevé, pero a urgencias se fue el solo, ya estaba harta  ̶ comentó mi abuela mientras sostenía una foto.

Un traje blanco de marinero, zapatos lustrosos y un cabestrillo que parecía sujetar un manojo de puerros. Vaya foto de comunión, la madre que lo parió, a mi lado estaba.

Voy a tratar de justificar un poco por qué nos puede gustar tanto jugar con pólvora. Según la ciencia, el olor es el mayor evocador de recuerdos y quien ha vivido de niño las hogueras de Alicante sabe bien lo que se siente cuando te invade el olor a pólvora quemada. La mente te lleva tiempo atrás: a la replaceta en la que jugabas con tus primos encendiendo petardos alrededor de unas hogueras que trataban de batir el récord de altura y majestuosidad, al bullicio festivo, sientes los graves de los timbales en los pasacalles y al mismísimo Paquito el Chocolatero. Llegas incluso a saborear una horchata en la explanada y notas la brisa mediterránea en la playa del Postiguet la noche donde los fuegos artificiales iluminan el castillo de Santa Bárbara, y toda esa mezcla de emociones te lo recuerda el humo de la pólvora que pregona el inicio del verano. Si, el olor a pólvora eriza la piel de un alicantino. (Y voy a parar ya, que me dejo llevar y pierdo el hilo…)

Así que mi padre viéndome hacer experimentos un día, quizá mientras yo observaba la llama de color verde que se formaba al quemar sulfato de cobre, me contó cómo hacía de joven pólvora negra mezclando:  “nolopuedodecir-potásico”, azufre y carbón vegetal. Aquello me lo contó casi convencido de que no le daría mucha importancia. Al tiempo me las ingenié para conseguir todos los componentes y empezar a probar. Aunque yo no hacía explosivos como tal, solo hacía unas pequeñas deflagraciones muy luminosas que en muchos casos iban acompañadas de una lluvia de chispas idénticas a las de las bengalas, esto lo conseguía añadiendo a la mezcla limaduras de hierro. Creo que, si hubiese provocado alguna detonación, mi padre hubiese zanjado pronto la juerga.

Con el tiempo mi afán de experimentar con estas cosas se apaciguó, o mejor dicho se aplazó.

En 2003 ingresé en la Academia de Policía de Ávila, allí, entre otras materias teníamos la asignatura de tiro y explosivos. Terminando el primer trimestre y ya casi saboreando el turrón de las vacaciones navideñas, hicimos la última clase teórica estudiando los artefactos más usados por la banda terrorista.

    −La bomba lapa está constituida por tal y cual… –decía soberbio con voz grave don Gorgonio; un profesor de carácter agrio, de pelo canoso, con gafas de cerca de esas que tienen la puñetera cuerdecita, con la frente arrugada de la mala leche y un aspecto de pocos amigos. Don Gorgonio estaba a punto de dar por concluida la clase cuando lanzó al aire, con tonito de ser un reto de esos que pocos cumplen:

      ̶ Quien me haga una representación de una bomba lapa, le subo la nota –dijo éste con una forzada sonrisa de medio lado, quizá pensando que en los años que llevaba impartiendo la materia no había topado con ningún alumno que se adentrase en esos berenjenales.

Desde que entré en la policía me he planteado hacer el examen para ser TEDAX (Técnico especialista en desactivación de artefactos explosivos), es posible que la culpa de todo esto la tuviese MacGyver en ese capítulo en el que trataba de desactivar una complejísima bomba con continuos inconvenientes y contratiempos. Mirando embobado aquel episodio, sufrí más tensión que en la operación de fimosis.

Entre el tiempo de estudiar en casa, mazapanes y villancicos, los ratos que estaba ocioso los aprovechaba para hacer el proyecto solicitado y también para curiosear con los nuevos reactivos que había aprendido en esa asignatura. Hacía mezclas de amonal y amosal en un mortero y les daba ignición mediante un dispositivo que había hecho. Encendía la mezcla con un filamento que se ponía incandescente con la corriente de una batería de coche a través de un cable de unos veinte metros de longitud, era relativamente seguro. Qué fogonazos daba eso, era un espectáculo. Decidí entonces hacer otra mezcla del manual del temario que estudiaba. Con una cucharita de las de mover el café como medida, eché al mortero de porcelana una cucharadita poco cargada del componente principal, un poquito del elemento secundario y para darle mayor fuerza, le añadí otra puntita de aluminio en polvo a sabiendas de que hace un efecto sinérgico con la mezcla y le da una increíble carga térmica. He de decir que con algo de conocimientos, todos los componentes estaban a la venta y a disposición de cualquiera, incluyendo el insensato que escribe, lo cual me parecía una atrocidad.

Encima de una mesa de mármol de la porchada anexa al chalé, tenía montado el improvisado laboratorio. Y con todos los componentes en polvo reposando en el fondo del mortero comencé a darle vueltas hasta que los diferentes colores comenzaron a fundirse en una única tonalidad. La mezcla iba cogiendo una textura que no había visto antes, formaba algo así como escamas grises y me daba la sensación de que esta vez iba a dar un buen fogonazo. “Venga, dos vueltas más y listo”, me decía a mí mismo.  La mano del mortero que también era de porcelana iba rozando el fondo en cada movimiento, y media vuelta más ¡¡¡¡¡¡¡BUM!!!!!! Escomplicado poner una onomatopeya que represente bien aquella explosión, se trataba de una potente detonación brusca y seca que se produce en una pequeñísima fracción de segundo y que te da la sensación que hasta el suelo de hunde unos centímetros de forma espontánea.

¿Qué es toda esta niebla?, ¿estaré cerca de san Pedro?, eran las dos preguntas recurrentes que me formulaba en medio de esa neblina de humo que dejó el zambombazo, junto con la vocecilla interna que decía una y otra vez: “La he cagado”.

La prestigiosa RAE debe estar a punto de aprobar por uso consuetudinario “liarla parda” para estos casos.

      ̶ ¡Ohhh, como me duele la mano!, aunque si me duele, es que tengo mano. Y si siento dolor…, es qué, ¡estoy vivo!  ̶ Esas eran las palabras textuales de mi pensamiento.

Sentía un dolor insoportable en la mano, como si me hubiesen roto todos los huesos de la mano izquierda que era con la que sujetaba el mortero, la derecha al agarrar la mano del mortero con el puño cerrado apenas me dolía. Continuaba esa especie de neblina y solo oía un pitido permanente.                                                                                        

     ̶ ¡¿Qué te ha pasado?!, ¿¿no me digas que te ha explotado eso que estabas haciendo??̶ . Preguntó mientras se acercaba exaltada mi hermana Ana Mari, que fue la primera en percatarse, y aunque estuviese a menos de dos metros de mí, la oía como al otro lado de la parcela.

Le dije que sí, vamos, como para negarlo con la cara de comic que se me quedó.

      ̶¿Pero estas bien?  ̶ insistió.

Asentí con la cabeza a esa vocecilla atenuada por los pitidos. Ni yo me lo podía creer que estuviese de una pieza después del tremendo leñazo. El trozo más grande que encontré del mortero era del tamaño de una habichuela y la esquina de la caja de herramientas de plástico que estaba próxima quedó hecha trizas.

 Con el revuelo se acercaron mis padres que hacían labores de agricultura con esas caras que llevaban implícito el ¿qué te ha pasado?, y antes de que pudiese terminar de explicarles lo sucedido, mi madre se echó las manos a la cabeza mientras decía: ¡¡Dios!!

Mi padre, pensativo, con un brazo en jarra y el otro puño cerca de la boca como si estuviese tratando de digerir lo ocurrido, fue frunciendo el ceño hasta conminar diciendo con el dedo índice levantado:  

      ̶ ¡¡Magín!!, ¡¡¡QUE SEA LA ÚLTIMA VEZ QUE HACES EXPLOSIVOS EN CASA!!! ̶ . (Vamos, lo típico que le dice un padre a un hijo).

 Y la verdad es que lo entiendo, era el ultimátum o correr el riesgo de encontrarse un día con los cimientos del chalé que con tanta ilusión habían construido.

     ̶ Imagínate si en vez de una cucharita de café como medida, coge una sopera el inconsciente este, vamos, que se nos volatiliza el chiquillo  ̶ comentó a mi madre. 

Tuve que ir al servicio de urgencias del hospital porque los ojos los tenía muy rojos y lo veía todo con niebla. Mi rostro parecía el del profesor Bacterio después de estallarle un matraz.  

     ̶ ¡Uy!, ¿pero, tú qué has comido?  ̶ preguntó justo al entrar la chica de recepción viéndome la cara. Y fue justo ahí, donde de golpe caí en el qué coño digo yo ahora.

 Hasta el momento ni se me había pasado por la cabeza cómo contar lo ocurrido, y salí del paso de la forma más improvisada: que estaba jugando con unos niños y que me había explotado un petardo muy cerca. De todas formas, si les hubiese dicho la verdad no me iban a creer.

El médico de turno me echó un tinte en los ojos para valorar las lesiones. Y después de preguntarle qué era lo que me pasaba, me hizo el dibujo de un ojo sobre un papel y me dijo:

   ̶ Este es tu ojo  ̶ cambió la forma de coger el bolígrafo y empezó a repiquetear a ritmo de metralleta sobre el dibujo tatatatatata, llenando de puntitos todo el ojo.  ̶ Así están tus córneas ahora, pero tranquilo que eso se cura solo  ̶ dijo con total naturalidad, lo que me tranquilizó.

Esto hace pensar a uno en la velocidad de una explosión. Ni a los párpados les da tiempo a reaccionar.   

Con lo bien estudiado que tenía el temario de tiro y explosivos parece ser que me faltó por subrayar con fluorescente que la cloratita era extremadamente reactiva por fricción. Pero después de esto ya no me hizo falta subrayar nada, me quedo claro como para un examen. Aun así, hice una réplica de una bomba lapa y algo más… (Un apunte: las bombas lapas se solían montar dentro de fiambreras).

Después de un carraspeo y un tímido toc-toc en la puerta del despacho de tiro: 

    ̶ A sus órdenes don Gorgonio, ¿da usted su permiso?  ̶ El profesor levantó la vista por encima de las gafas sin forzar demasiado la musculatura del cuello, y con desaire pensó en voz alta, a ver que cojones quiere este.

   ̶Aquí le traigo lo que nos pidió para subir la nota  ̶ dije yo.

Puso cara de pulpo en un garaje, y como no sabía bien por dónde iban los tiros aun siendo profesor de esto, saqué la fiambrera de la bolsa que llevaba y la puse encima de la mesa de despacho. El artilugio tenía su temporizador, su anclaje magnético, su circuito básico con los cables diferenciados y hasta le puse un interruptor de seguridad.

  ̶ Pe, pero esto, pero esto ¡¿qué es?!  ̶ dijo levantando las manos de la mesa como si quemase. (Yo nunca había visto a un profe tan rudo tartamudear).

  ̶ Esto es lo que nos dijo que podíamos hacer para subir la nota, una réplica de una bomba lapa ̶ .

D. Gorgonio miraba incrédulo el artefacto, me miraba a mí y volvía a mirar el enredo de cables mientras se ajustaba las gafas de cerca para observar mejor.

   ̶ Y esto, ¿lo has hecho tú?  ̶ preguntó el hombre resoplando con nerviosismo, seguido de un madre mía mientras volvía éste a pensar en voz alta: quién me habrá mandado a mí…

Tuve la impresión de que me pasé de realista con la réplica, y me apresuré en tranquilizar al profesor diciéndole: ̶ No se preocupe don Gorgonio, eso no explota, eso que ve es solo arcilla gris que imita al explosivo, no le iba a poner carga desde luego. La cloratita la tengo aquí en este tarrito aparte ̶ .  

  ̶ ¡¡¡¡¿COOOOOOMO?!!!! ̶ . Preguntó exaltado el profesor con la cara desencajada.

  ̶ Si, mire, pero es muy poquito, por si lo queremos encender en el patio  ̶ Le dije con toda mi inocencia mientras le mostraba un frasquito de vidrio algo más grande que una caja de Juanolas. Mezcla que por cierto, la hice sin fricción por lo de aprovechar las segundas oportunidades que te da la vida.

  ̶ A ver, a ver, vamos a ver…¡¡¡¿CÓMO SE TE OCURRE TRAER ESO AL CENTRO, POR EL AMOR DE DIOS?!!!!  ̶ dijo esto mientras se llevaba las manos a la cabeza.

Lo de poquito e inofensivo, era un eufemismo en toda regla porque si se me resbalaba el tarro de las manos algunas baldosas podían volver al polvo original de las que estaban hechas.

     ̶ ¡¡Mira, cuando salgas de aquí, lo vas esparciendo por los caminos del campo que dan a vuestros apartamentos y aquí no ha pasado nada!!  ̶ gesticulaba cabreado con el brazo estirado indicando la puerta, como diciendo, eso fuera de aquí ya.

     ̶ Si te llegan a pillar con todo esto, no sé lo que hubiese pasado  ̶ añadió.

Por más que me pese aquel hombre tenía razón, me sobrepasé intentando hacer cosas que quizá estuviesen fuera del ámbito de lo común. Pero en mi defensa diré que siempre me vence el anhelo por conocer, que tengo alma de alquimista y pólvora negra en mi sangre alicantina.   

 Me abstuve de decirle que para el segundo trimestre le hacía un molotov que era mucho más sencillo.

A la época en la que estudié en la academia de Ávila le tengo un inmenso cariño; mucha presión con los estudios, mucha disciplina y mucho a sus órdenes a todo Cristo. Pero hice una tremenda amistad con los compañeros de habitación que llegaron a ser auténticos hermanos. También tenía muy buena relación con todos los compañeros de clase de la sección octava. Recuerdo todo aquello con nostalgia, cierto es que el cáterin era mejorable, pero no puedo decir lo mismo de los profesores que después de seis meses conviviendo en la academia, puedo afirmar que eran grandes profesionales que se esforzaron por ilustrarnos, maestros a los que se les termina apreciando, incluido D. Gorgonio que aun siendo agrio, no era tan ogro como lo he tratado de caricaturizar aquí, además, creí apropiado ese nombre ficticio para él.   

A mis hijos les enseño la adrenalina que se siente al hacer experimentos con gaseosa, no vaya a ser que se cumpla la maldición hereditaria.

Dedicado a todos mis compañeros de profesión, en especial a Miguel, a Rafa y a Mariano el mallorquín, que fueron mi apoyo; con los que compartí habitación, horas de estudio, ronquidos y tardes de risas hasta llorar.

Por cierto, el cabronazo no me subió la nota.

Comentarios

  1. Polo dice:

    Me sigue sorprendiendo tu capacidad narrativa, amigo. Sigue así. Un abrazo.

    1. magin dice:

      Muchas gracias Sosio Polo jajaja, eso me da muchos ánimos. Gracias 😉

  2. Francisco julian hernandez blanco dice:

    Bueno bueno y bueno es que es tu nombre inimaginablee jajaja pero es que no puedo parar de reír y imaginarme la situación tus padres tu tutor de la academia jajaaj yo fui testigo recuerdo con mucho cariño de esa época de nanos de estar en tu campo con el chime y enseñarnos tus truquitos de quimicooo i si recuerdo esa pequeña choza de bloques muy poco pero algo en fin eres imaginable una makinaaaa y un buen amigo sigue así con tus historias me encantan

    1. magin dice:

      Qué recuerdos y qué buenos años de infancia!! Muchísimas gracias Makina»!! Ya sabes, cada vez tengo más ganas de que nos reunamos a contar batallitas. Mil gracias por estos ánimos. Un fuerte abrazo.

      1. Francisco julian hernandez blanco dice:

        Pronto ya nos veremos amigo magín jajaja a contar esas historietas buenas jajaa

        1. magin dice:

          Desde luego 🙂

  3. Lorenzo dice:

    Muchas gracias compañero, el relato me ha encantado.

    1. magin dice:

      Gracias a ti Lorenzo, muchas gracias 😉

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