(Parte 1 de 2)
El mar es una de mis grandes pasiones. Si a esto le añadimos la aventura y la búsqueda de “tesoros”, entonces, ya no sabría ni cómo describirlo.
Hace tiempo que había oído hablar de aquel lugar bajo el agua, ubicado en un enclave que pasa desapercibido para la inmensa mayoría de personas, en este mediterráneo tan admirado y respetado por los alicantinos.
La ubicación casi la tenía clara. Me la indicó hace años el Pulpero, un compañero que se ganó a la fuerza ese sobrenombre tras dedicar la mayor parte de su tiempo libre a la pesca submarina. Un buen hombre al que recuerdo llegar sonriente a realizar su jornada laboral en el turno de tarde, con la cara todavía marcada por la máscara de buceo.
En las numerosas tardes de servicio en las que coincidía con él, me habló de un inesperado descubrimiento que le sorprendió al hilo de una conversación sobre pesca submarina, aunque su tono de voz contenía matices de decepción.
Me describió un emplazamiento a poca distancia de la costa, donde encontró los restos de una antiquísima embarcación enterrada en el fondo del mar y protegida por el lodo.
La anécdota fue graciosa: al tratar de sacar un pulpo de un agujero tirando de él, resultó que la pequeña cavidad, era en realidad, el cuello de una vasija de cerámica que sacó a la fuerza del sitio con el cefalópodo pegado con todas sus ventosas a pleno rendimiento, (pude imaginar en este instante la cara de sorpresa del Pulpero).
Al ir desenterrando (o debería decir desarenando) aquella vasija, resultó ser sólo una parte de algo más grande: un ánfora.
Y tras ella, destapando poco a poco el fondo arenoso, iban apareciendo más vasijas similares junto con otros restos de cerámica, hasta dar con el mismo maderamen de un casco y sus cuadernas, imagen que evocaba a un costillar que hubiese digerido abundantes piezas de alfarería.
Su indignación al recordar todo esto era muy grande puesto que, tras dar cuenta a las autoridades competentes, no se le dio ningún tipo de gratificación ni reconocimiento. Es más, daba la impresión de que ni siquiera recibió un buen trato.
Supo posteriormente que se trataba de un navío romano de los tiempos de Jesucristo, (y no lo digo en sentido figurado, pues la nao se situaría en el siglo I, unos dos mil años de antigüedad) El Pulpero me advirtió de que actualmente, en aquel sitio, sólo iba a encontrar fragmentos pequeños de cerámica debido a que ya sacaron los restos más importantes para su estudio y musealización, además del inevitable expolio.
Me dijo: ̶ Allí sólo encontrarás simples cascotes ̶ .
Otro compañero que en sus tiempos jóvenes había estudiado arqueología me comentó que haciendo prácticas sobre el terreno, observaba como los trozos de restos de alfarería que no resultaban completos eran arrojados como desecho, puesto que vestigios romanos había por todas partes y sólo eran relevantes las piezas completas.
Tiempo después le conté a mi primo Carlos, que era un buceador con bastante experiencia, que me haría muchísima ilusión ir a bucear a aquel sitio y encontrar un simple trocito de ánfora o cerámica de la época romana.
Así que después de bucear en otros muchos lugares y situaciones*, convencí a mi primo para explorar aquellas aguas.
*Me viene a la mente como ejemplo la maravillosa experiencia del buceo nocturno en la costa de Calpe, o la no tan agradable inmersión que hicimos sobre el pecio “naranjito” en Cabo Palos, que bien merecería un relato aparte.
El frío de la mañana y el olor a costa, a algas y a mar en definitiva, lo inundaba todo. El agua estaba en calma, hacía una media hora aproximadamente desde que había amanecido. Son las horas preferidas de un fotógrafo, la hora azul, en las que el color del mar y del cielo son únicos, y el sol todavía no eclipsa esa maravillosa escala cromática de tonos tan espectaculares y naturales. Se podía oír el vaivén del agua del mar, que por lo sutil que resultaba, no conseguían formar minúsculas olas.
Los romanos llamaban al mediterráneo MARE NOSTRUM. Quizá un buen ejemplo de esa herencia de cultura y sabiduría que nos legaron.
Aquel entorno, aquel espectáculo natural era como para detenerse un buen momento y permanecer allí, quieto, sólo contemplando. Pero no podíamos perder ni un instante puesto que conforme pasaba el tiempo el mar se pondría más bravo, reduciendo la visibilidad del agua.
Después de triangular la ubicación aproximada guiándonos por un pequeño faro al final de un espigón y de un montículo de piedras, fuimos entrando hacia la orilla con toda aquella indumentaria puesta y bien revisada, dirigiéndonos como si fuésemos astronautas, hasta la que el agua sobrepasaba la cintura para conseguir ponernos las aletas con la ayuda que de la flotabilidad.
Aleteando de espaldas, llegamos al punto de referencia y justo en el lugar vaciamos el aire del chaleco hidrostático, el jacket, e iniciamos el descenso. Empezaba la inmersión y esta aventura.
Teníamos buena visibilidad (cosa poco frecuente en aquellas aguas), en esa zona la profundidad no era mucha, unos diez metros. Fuimos en todo momento casi pegados al fondo para poder observarlo mejor. Era una inmensidad de arena como pequeñas dunas en el suelo del mar, no abundaba la fauna, apenas algún pececillo, y algún tallo de posidonia completaba el desértico fondo marino.
Adentrándonos poco a poco, no observamos nada fuera de lo común en muchos metros recorridos, hasta que fuimos encontrando en el fondo algo de grava y posteriormente algo de roca.
Es importante hacer aquí una aclaración: desde la costa, cuando acotas mentalmente una zona, ésta parece un pequeño solar fácil de recorrer, incluso te parece un espacio reducido. Pero una vez dentro, la cosa cambia, lo percibes como una inmensidad, las distancias son enormes y uno pierde la ubicación e incluso los puntos de referencia con muchísima facilidad. Hay que tener en cuenta que la orientación ahí abajo es nula.
En mi cabeza en ese momento sólo el rumor de las burbujas saliendo del regulador, y la recurrente idea de:
̶ ¿y si resulta que encuentro algo más que cascotes?, ¿y si tuviese la suerte de toparme con un ánfora?̶
A veces tanta intuición llega a asustar…
*(Las ánforas fueron piezas clave para el transporte de mercancías en el mediterráneo, y aunque generalmente contenían vino, aceite, cereales, pasta de pescado etc., también sirvieron para esconder otros bienes. Se han encontrado grandes fortunas en monedas dentro de ellas).
A mi izquierda, a un metro y medio aproximadamente, mi primo y su columna de burbujas.
En la arena, de frente a mí y a la derecha, una piedra algo más grande, enterrada y redondita. Me dispongo a pasarle la mano por encima y la encuentro algo rara, le paso el dedo índice por el contorno y detecto algo pegado en la extraña piedra. Observo mejor, y , ¡no podía ser!, el primer resto que encontramos y parece que es un trozo grande. Se podía apreciar una pequeña asa forrada de caracolillo y pequeñas conchas. Sigo removiendo la arena enérgicamente y va apareciendo un ánfora cada vez más completa.
En medio del batido de Cola Cao que formé con la arena en ese momento, quizá mi primo no pudo ver mi cara de euforia, pero seguro que me escucho gritar como un loco por mucho que el agua atenuase el sonido.
Fuimos apartando la arena apelmazada alrededor, los dos estábamos asombrados. Pero caímos en la cuenta de que sólo habíamos visto una pieza de forma aislada… ¿habría más?, ¿quizá más objetos o restos de navío?
Ciertamente queríamos seguir explorando un poco aquel lugar, aunque ya teníamos casi el objetivo cumplido, nos intrigaba saber qué otras cosas podrían haber.
Cuando llevas un tiempo con tu compañero aventurero, primo y sobre todo amigo, no necesitas demasiada comunicación para entender lo que ambos teníamos en mente con un par de gestos. De esta forma volvimos a mimetizar aquella reliquia con su entorno y tratamos de poner una serie de piedras como indicación para localizarla posteriormente.
Varios metros más adelante, ¡allí estaban!, piezas cerámicas por todas partes o, mejor dicho, hasta donde alcanza la vista (que en buceo no es mucho), cascotes por doquier.
Nos recreamos un rato aleteando en círculo y teniendo como centro de referencia un escaso maderamen muy deteriorado, que quizá fuese parte de la nave romana.
No observamos ningún objeto completo como cabía esperar y no nos quedaba aire en las botellas, así que una vez dada por finalizada la inmersión, volvimos a la costa, a volver a desmontar los equipos, y a manifestar nuestra euforia verbalmente.
…y, para casa.
(Hasta aquí la primera parte 😉
Me encantan esta historia! ?
Gracias hermana 😉