El timbre marcaba el final del recreo; el grupo de amigos dejábamos el patio para entrar nuevamente en clase mientras seguíamos conversando, una vez dentro del aula continuábamos hablando hasta el momento en el que entraba por la puerta con paso enérgico, Don Inocencio o como lo solíamos llamar, “Donino”. (Sé lo que piensas, pero el «Danonino» no se inventó hasta una década después). En ese preciso instante en el que este profesor irrumpía en clase, se hacía el más absoluto silencio. Había un enorme respeto hacia aquel maestro que tenía la voz grave y áspera. ̶ A ver, ¿quién …