No había forma de mantener los párpados abiertos más de un minuto. Con la ilusión que tenía por ver el Manhattan nocturno, ¡esa ciudad que nunca duerme!, y yo muerto de sueño, dando cabezazos en la ventana del autobús. ¡Qué sueño por Dios!, de cualquier modo, me dije a mí mismo que ya habría tiempo de verlo mejor. Esto no le ocurrió al resto del grupo que durmieron como troncos en el avión, ellos sí podían mantener los ojos abiertos, qué envidia. Llegamos al hotel y con el trasiego de subir las maletas, el “check-in”y demás trámites, me despejé bastante. …