VOLVEREMOS NEW YORK

No había forma de mantener los párpados abiertos más de un minuto. Con la ilusión que tenía por ver el Manhattan nocturno, ¡esa ciudad que nunca duerme!, y yo muerto de sueño, dando cabezazos en la ventana del autobús. ¡Qué sueño por Dios!, de cualquier modo, me dije a mí mismo que ya habría tiempo de verlo mejor. Esto no le ocurrió al resto del grupo que durmieron como troncos en el avión, ellos sí podían mantener los ojos abiertos, qué envidia.   

Llegamos al hotel y con el trasiego de subir las maletas, el “check-in”y demás trámites, me despejé bastante.

De un viaje organizado por International Police Association, de unos cuarenta compañeros de policía de diferentes localidades, formamos un grupo más reducido de diez amigos y nos fuimos a una pequeña pizzería que hay en Times Square, justo al lado de la boca del metro de la 49 St. Todos estábamos hambrientos después del trayecto y el olor a pizza y a orégano abrían más el apetito.

Yo estaba entusiasmado con la ciudad, así que después de engullir un par de porciones de pizza, salí a fundir el obturador de mi cámara réflex disparando a cualquier cosa que tuviese luces, colores, que se moviese, o que por la razón que fuese me llamase la atención y desde luego en pleno corazón de la ciudad de Nueva York toda imagen me resultaba atractiva. Cualquier cosa era susceptible de ser fotografiada: las calles con sus deslumbrantes luminosos, todo tipo de anuncios, los impresionantes rascacielos de diferentes estilos arquitectónicos, las columnas de vapor que emanaban del suelo, la multiculturalidad de sus gentes, las señales de una dirección “ONE WAY” y por supuesto, los taxis amarillos.

Me encontraba guiñando un ojo, enfocando con equilibrio mi objetivo al centro de Times Square, abarcando lo máximo posible con el gran angular cuando Arri me da unas palmaditas en el hombro para decirme:   ̶ ¿Ves aquel que tengo justo detrás de mí, ese que tiene rastas?

̶ ¿Quién? ̶ Le pregunto mostrando el interés mínimo exigido por ley.

̶ ¡Magín!, ¡Coño!, ¡El negro que tengo detrás! ̶ Me dijo enmudeciendo un grito para no ser delatado.

Bajando la cámara le dije:  ̶ Vale, ¿qué le pasa a ese?

Antes de seguir voy a describir a este amigo mío; personaje que aparece en más de una de mis historias, por ser uno de mis mejores amigos, y por ser: un personaje. 

Ibán Arrisolo, más conocido como “Arri” para los que lo tenemos que soportar; es uno de los mejores y más hábiles policías que esta empresa de lucha contra el crimen tendrá en su historia. Un tío excéntrico, un maniático con muy buena intuición. Como persona es un buen amigo, es una de esas personas que dan lo que tienen, y es inmensamente sociable. Aunque como compañero es difícil de llevar, se necesita una preparación especial y su manual de manejo se compone de varios tomos. Inquieto y nervioso como la madre que lo hizo. Pero en definitiva un buen tío.

Y en ocasiones, por su culpa me veo inmerso en aventuras de lo más variopinto, como es el caso de este viaje y de la hazaña que voy a narrar con la que fácilmente podíamos haber acabado a navajazos, a tiros o detenidos en el sitio más concurrido de la ciudad de Nueva York. 

̶ ¡¡Pues le pasa que me dice que si quiero marihuana!!, y dice que tiene más cosas…, ¿qué hacemos? ̶ . Dijo inquieto.

̶ A ver: vender drogas es delito en casi cualquier parte del mundo, así que, tu que sabes inglés pregúntale si tiene más, lo retenemos y llamamos a la policía que por aquí pasan continuamente ̶ Le contesté.

Pensaba que iba a dar tiempo a disparar alguna foto más y a guardar la cámara tranquilamente mientras Arri negociaba con el susodicho, pero cuando giré la cabeza hacia ellos la imagen rozaba lo cómico, el cuadro que vi era como para enmarcarlo; forcejeando con el traficante se habían metido en la boca del metro 49 St “Downtown & Brooklyn”, a un lado Arri sujetaba el brazo derecho del delincuente, el brazo izquierdo lo trataba de contener Raúl Quintos, otro componente del grupo, instructor de defensa personal del Cuerpo Nacional de Policía y experto en más modalidades de artes marciales de las que caben en un currículo. Y yo desde mi perspectiva veía un fuerte zarandeo de rastas al aire.

Con el revuelo iban acercándose personas de raza negra de todo el entorno. La situación comenzaba a estar tensa.

Arri trataba de abrir la mano del delincuente que cerraba con fuerza sujetando un envoltorio con alguna sustancia. Al acercarse tanto a la barandilla de las escaleras que daban acceso al metro, el de las rastas aprovechó la ocasión para aferrarse a ella con la fuerza de un loco.

El resto del grupo y yo tuvimos que apresurarnos para formar un circulo de seguridad e impedir que los compinches y simpatizantes del rastas fueran en su auxilio y cada vez se acercaban más y más personas de raza negra, iban gritando e increpándonos de todas las formas posibles, alguno de nosotros sacó la placa emblema tratando de explicar que nosotros éramos policías.

 ̶ ¡¡What the fuck police?!! ̶  Dijeron al unísono. Y en esto tenían razón allí nuestra placa tiene el mismo valor que la etiqueta de Anís del Mono.

A punto estuvimos de salir a hostias con todos, pero supimos mantener el circulo de protección y plantarles cara. Eso sí, tuvimos que soportar insultos y provocaciones mientras muchos móviles nos grababan.

Recuerdo al que tenía justo delante, que era bastante alto, adoptó la posición de guardia típica de boxeo, yo por mi parte hice lo mismo y avancé algún paso hacia él. Me desconcertó por completo; retrocedió bajando su guardia, sacó su móvil del bolsillo y me pareció que empezaba a grabar mientras retaba y profería insultos. El resto de compañeros tuvieron que lidiar con otros tantos secuaces de aquel vendedor ambulante.

La situación parecía muy tensa y ellos cada vez más numerosos, ahí es donde uno se pone en el pellejo del ciudadano y piensa: ¿Dónde está la policía cuando se le necesita?

Al parecer varios turistas llamaron a la policía, presentándose después de unos minutos dos patrullas. Los agentes bajaron de los vehículos con el marcado hastío del que intuye una simple pelea de turistas.

En ese momento la situación parecía estar controlada y muchos de esos compinches dispuestos a colaborar con el traficante se esfumaron. 

̶ Arri, ¿y la marihuana? ̶ Pregunté.

̶ ¡Se la ha comido el cabrón!  ̶ respondió con total indignación ̶ pero no te preocupes porque le hemos sacado esto ̶. Mostrando una especie de paquetito pequeño plastificado.

La primera patrulla en aproximarse habló con Arri y con Quintos que eran los que mejor se manejaban con el idioma y, para resumir, el asunto quedó en que los agentes abrieron el envoltorio, dejaron caer un polvo blanco y dijeron que eso no era nada. Pero no sólo eso, dijeron que además el chico negro de las rastas no iba a presentar ninguna denuncia contra nosotros.

No dábamos crédito a lo sucedido, pero tampoco lo sabían explicar los jefes de policía que nos guiarían dos días después en las visitas al One Police Plaza (sede del Departamento de Policía), con los que asistiríamos incluso a alguna cena.

Y esta fue nuestra entrada triunfal en Nueva York, de la que afortunadamente guardamos un buen recuerdo como anécdota.  

Solo esperaba que el resto de nuestra estancia fuera más tranquila, también se me pasó por la cabeza comprar una correa corta para llevar a Arri.

Al día siguiente todos buscábamos en Youtube aquel lance, lo más razonable después del espectáculo montado era que saliésemos por algún sitio, queríamos ese suvenir, pero no encontramos nada.

El resto del viaje trascurrió sin ningún incidente grave, pero con algunas anécdotas inolvidables.

El objetivo principal del viaje era desfilar por la 5ª Avenida como representación de la policía española.

El día del desfile se presentaba inestable, había una alta probabilidad de lluvia. Cuando llegamos del punto de partida del desfile una fina lluvia caía de la pequeña parcela de cielo que se veía entre los inmensos edificios. Todos los compañeros iban perfectamente uniformados, engalanados y luciendo condecoraciones. Grupos de amigos, caras conocidas, abrazos y una inmensa alegría entre nosotros. Quizá el cielo estaba demasiado plomizo, pero era como tener el sol cerca. Ostentábamos la sonrisa que otorga el orgullo de representar a tu nación.

A mitad del recorrido la lluvia y el frio apretaban, pero era una sensación única, los espectadores en las calles, muchos de ellos latinoamericanos aplaudían enérgicamente y lanzaban vítores, daba la impresión que éramos más queridos en esos países que en nuestra propia patria.

Íbamos rotando para sostener la gran bandera española que llevábamos y al grito de “¡¡VIVA ESPAÑA!!”  no solo respondíamos los que estábamos desfilando, el “¡¡¡VIVA!!!” de los espectadores era mayor que el nuestro. Los pelos como escarpias.

Calados hasta el alma y con un frio de mil demonios fue una experiencia que repetiría sin dudarlo.

Los demás días los repartimos entre ir de compras, visitar el edificio del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York con sus extraordinarios recursos, ver Central Park de pasada, asistir a la Academia de Policía, tocarle los huevos al toro del distrito financiero, y una cosa de las más importantes: patrullar como observador, lo que se conoce como “ride along”. Salimos de la Comisaria más antigua de Manhattan, el 5º Precint cuya área de patrulla abarca Chinatown y Little Italy, allí, después de una breve charla nos encasquetaron un chaleco antibalas, pero con Arri a mi lado de binomio también echaba de menos un rosario consagrado.  

En el tiempo de ocio nocturno que teníamos, una de las cosas que estaba obsesionado por hacer era ir a uno de esos establecimientos de los grandes áticos con amplias terrazas, con música y buenas vistas de la ciudad, estaba ansioso por ir a un rooftop. Después de insistir a Joe Rodriguez (sargento detective del NYPD), amigo de Arri que nos acompañó a infinidad de sitios haciendo de guía, Joe nos llevó a “Rooftop 93” en la Avda. Bowery. Salimos del ascensor que nos dejaría en la planta del ático y fue un instante que jamás olvidaré cuando en ese preciso momento, haciendo como un gesto de presentación cuando se abrieron las puertas, Joe dijo: ¡AMIGOS, ESTO ES NEW YORK! Nos quedamos de piedra, las vistas de la ciudad eran impresionantes y junto con la excelente música que sonaba, era todo un espectáculo.

Visitamos todo lo que nos dio tiempo e incluso nos quedamos a las puertas de las oficinas del FBI porque el contacto de Arri estaba en Boston y sin su compañía no nos autorizaban a pasar.

El edificio que más me impresionó fue el Empire State y su arquitectura atemporal Art Deco, me impresionó tanto por fuera como por dentro. Ver la ciudad desde tanta altura anocheciendo marcó para mí un antes y un después en ese viaje, era una sensación indescriptible; ver las tonalidades azul marino del anochecer sobre el skyline, el relieve característico de los grandes edificios con sus infinitas lucecitas, y bajar la mirada y sentir un leve vértigo al observar las minúsculas calles iluminadas de Nueva York desde el cielo. Es una belleza urbana tan reconocida por el grabado que hizo el séptimo arte en nuestro subconsciente que llega a estremecer. A esa altura solo se escucha el leve rumor de la urbe y el viento. Pocas cosas conozco tan evocadoras y sublimes como la imagen nocturna de esa gran ciudad.

¡Por cierto!, antes de que se me olvide, en las zonas de paso del metro y en sus conexiones para hacer transbordos encuentras a veces un elenco de artistas que deberían estar mucho más valorados. Hay cantantes y músicos con un talento desbordante. Recuerdo perfectamente escuchar su música entre pasillos medio iluminados revestidos por esos azulejos blancos rectangulares tan típicos del metro, hasta llegar a un espacio más amplio con gente arremolinada alrededor de los artistas. El ánimo te llega a subir hasta ponerte la piel de gallina. Bravo por todos ellos. 

Dábamos el viaje por concluido, había sido una aventura extraordinaria, mucha diversión con el grupo de amigos y experiencias para no olvidar. ¿Qué más podíamos pedir?, pensé mientras colocábamos el equipaje de mano en su compartimento. Era imposible exprimir más todo aquello…, pero ¿imposible?

 No, imposible no hay nada.

Ya estaba sentado en una de las filas centrales del avión, saqué el libro que me estaba terminando de leer y que algunos compañeros confundieron con un libro de dietas fitness (Desayuno con partículas de Sonia Fernández-Vidal).

Desde una posición relajada veía a Arri ir de un lado para otro con la inquietud que lo caracteriza. Pasillo arriba, pasillo abajo, cuando pasó cerca le digo:

̶ Tío, ¿por qué no te sientas ya de una puñetera vez?, estos son nuestros asientos ̶ .

̶ Magín: recoge tus cosas que nos vamos allí, a las primeras filas, que las azafatas nos dejan sentarnos en aquellos asientos ̶  Dijo él.

̶ ¡Vamos hombre! , ¡pero qué más da!, yo me quedo aquí ̶ .

̶ ¡Magín, hazme caso por una vez en tu vida!, allí hay más espacio delante para estirar las piernas, además, las azafatas me han dado estos vales para ver «nosequé» en la pantalla ̶ . Insistió con la convicción que solo él tiene.

(Me hizo gracia: «por una vez en tu vida…», a saber qué historia les contaría a las chicas aquellas)

Así que allí estaba yo, reubicando las cosas, y mientras tanto cómo no, él dando tumbos todavía.

A mi derecha estaba sentada una chica rubia con el pelo voluminoso y rizado. Lo mío fue un “hola” con una sonrisa normal. No recuerdo cual fue el saludo que me devolvió después de dejar mis cosas y sentarme, no recuerdo si fue un “hola”, un “hi”, un “hello” o un “qué tal chaval cómo te trata la vida”. Lo que nunca olvidaré fue esa sonrisa sincera que brota desde el alma, una sonrisa con luz propia capaz de iluminar y contagiar hasta el ser más amargo. Fue una sensación muy agradable, no es lo habitual encontrar gente así, pero cuando descubres a una de estas personas, te alegra el día.  

Traté de terminar de leer el libro, de hecho, lo conseguí, pero entre tanto me llamaba la atención que esta chica estuviese tarareando alguna melodía a la vez que pulsaba la pantalla de su IPhone con lo que debía ser una aplicación para entonar bien, y con la mano derecha anotaba algo sobre una libreta apoyada sobre el reposabrazos. 

Sentía mucha curiosidad, pero intenté contener las ganas de saber por no ser impertinente. Hasta que, no recuerdo ni cómo, le pregunté.

Ella venía a colaborar con Nacho Cano a un musical en Madrid y estaba practicando o tratando de construir alguna canción, según me explicó con total amabilidad.

Yo le conté en mi improvisado inglés que estábamos volviendo de un viaje organizado de policías y lo que allí habíamos hecho, con estas explicaciones me ayudó Arri que lo tenía al otro lado.

̶ Me llamo Lana, Lana ####### ̶ . Me dijo con total naturalidad y su sonrisa agradable. Lana era de complexión atlética más bien tirando a delgada, tenía la piel clara, pelo rubio, unos ojos claros tirando a verdes con matices grisáceos, eso en cuanto al color, pero era mucho más importante lo que sus ojos decían, decían que estaba hablando con alguien trasparente y noble.

Me disculpé por no saber hablar inglés. Sentía por dentro mucha rabia, si alguien se pone en mi situación, bien lo puede entender: tenía la oportunidad de hablar con una artista muy agradable y tremendamente atractiva, me hubiese gustado que me contase cómo habían sido sus inicios y cómo había evolucionado su carrera; pues al parecer era bailarina, pianista y cantante, posteriormente me enteré de que había hecho algún anuncio de televisión y que había participado en alguna serie policiaca entre otras cosas. Qué rabia sentí al no poder preguntarle más cosas acerca de su mundo que tan fascinado me tenía; preguntar cómo había llegado a actuar en Nueva York, qué musical iba a hacer en Madrid, cuáles eran sus objetivos a corto y largo plazo etc. En fin, mucha impotencia por no saber inglés, en esos momentos uno se lamenta por no haber aprendido más.

Con la gracia que ella tenía y diciendo alguna palabra en español, sacó su móvil, activó la pantalla y pulsó sobre el icono de un búho de color verde.

̶ ¿Conoces “Duolingo”? ̶ Me preguntó.

Por un instante pensé que se trataba de una app de citas, (lo cual no me encajaba nada en ese momento, pero estoy tan acostumbrado a la estupidez española, que a hostias de esta magnitud ya estoy hecho)

 Me dijo que estaba estudiando algo de español con esa aplicación y que igual a mí también me podía ir bien con el inglés.

Hablando con ella el trayecto se me hizo más corto. De las pocas cosas que evidencian el avance del tiempo dentro de un avión de largo recorrido, son el hambre y el paso del carrito de la comida por tu lado. De esta forma un auxiliar de vuelo nos ofreció a cada uno una bandeja sobre las que había unas raciones muy ajustadas en pequeños envases de plástico.

Creo recordar que Lana tomó una ensalada y algo más, y nos preguntó que si queríamos dos o tres cosas que ella no iba a comer, y por supuesto, yo que estaba en edad de crecimiento, no lo rechacé.

En principio pensé que era alérgica a algún alimento y me vino a la mente mi hija que también tenía alergias alimentarias. Pero posteriormente descubrí que no se trataba de eso, y no desvelaré los motivos, pero esos mismos motivos a mi entender, hacen a Lana más admirable todavía.   

Terminado el banquete llegaba el carrito nuevamente donde depositaríamos los envoltorios y restos del festín, Lana que estaba más próxima a éste ofreció su ayuda indicándonos que le diésemos a ella las bandejas y lo que sobraba para ir poniéndolo en el carro, otro gesto más de humildad por su parte.  

Hablar con ella, al menos lo que podía, me resultaba muy cómodo, no precisamente por el idioma, sino porque se comportaba con sencillez, haciéndome sentir como cuando de niño, en el parque, te sientas a hablar con amiguito nuevo, así, sin más, sin carga de ningún tipo.  

No estaba acostumbrado a esto, una chica tan guapa como humilde, cercana y sencilla, que trasmitía una energía increíble.

Casi al final del trayecto estaba decidido, así que le dije a Arri: –Tío, esta chica es increíble, es de esas personas difíciles de encontrar. Le voy a dar mis datos de contacto. No sé lo que pensará ella, pero yo le voy a dar mis datos, ¿no tendrás por ahí un papel? ̶ .

Entre los dos dimos con una pequeña bolsa de papel que había en un compartimento entre revistas y trípticos de emergencias, y a punto estuve de empezar a escribir cuando dije: –¡Un momento Arri! ¿Cómo le voy a poner mis datos en la bolsa de vomitar? ̶.

Vaya risa nos entró a los dos. Al final encontramos un papel decente, le puse mis datos y se lo entregué a Lana. Ella por su parte al verlo, partió un pedazo de papel y me dio también sus datos con toda su amabilidad.

Todo esto puede parecer algo sin la más mínima importancia, pero para mí después de un viaje cargado de aventuras y emociones, esta fue la guinda del pastel.

Y…, no iba a confesar nada más sin la presencia de mi abogado, pero ya que he calentado motores y estoy inspirado, os cuento lo último y cierro la historia.

Hacía escasos minutos que me acababa de despedir de Lana al lado de la cinta transportadora que va mostrando las maletas de cada uno, y una vez subidos a la furgoneta que nos llevaría al parking donde teníamos los coches, se me ocurre mostrarle a Arri el Facebook de Lana.

Con gesto de interés me dice:  ̶ A ver, trae un momento el móvil ̶ .

Yo totalmente confiado, le dejo mi móvil. Y a continuación me dice:  ̶ ¡Toma, ya está! ̶ .

̶ ¿Cómo que ya está?, ¿ya está, qué? ̶ . Le pregunté yo desorientado.

̶ Pues que ya le he escrito… ̶ .

«Hola, que tal»  (enviado).

Le dije de todo menos hermoso, ¡¿cómo podía ser tan capullo?!, si es de primero de manual básico: ¡NO HAY QUE SER TAN PESADO!

Por la mitad de la corte celestial… ¡pero si hacía tres minutos que me había despedido de ella!!, me entraron ganas de practicarle en el cuello la maniobra de escurrir bayetas, pero que le voy a hacer, el chaval es inquieto para todo, lo compré así y se pasó la fecha de devolución.

Dedicado a mis compañeros de viaje, a mi amigo Arri que a pesar de las trastadas que me hace, no tiene precio y sin él las aventuras no serían aventuras. A todas esas personas que con una gran sonrisa te alegran el día y sobre todo dedicado a ti, Lana.

Comentarios

  1. La historia muy divertida (aunque ya tenía la suerte de que me la habías contado oralmente) Creonqoe la cuentas incluso mejor por escrito. ¡¡Enhorabuena amigo!! Sigue escribiendo!!

    1. magin dice:

      Muchas gracias Jose, voy a ver si me apunto a algún curso online o con algún profe que me pueda ir corrigiendo y orientando para mejorar. Un abrazo!!

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